anarquismo [
a-nar-quis-mo]
[sustantivo masculino]
Doctrina social revolucionaria, difundida en el
siglo XIX, que propugna la
supresión de
toda forma de
Estado y de
gobierno y defiende
una sociedad ideal en la que pueda manifestarse la
libertad absoluta del individuo y en la que los hombres vivan en mutua
armonía,
sobre la
base de contratos libremente aceptados y cumplidos. La
base teórica de esta
doctrina arranca de P. J. Proudhon. En
sus escritos
se insinúa
desde la
abolición de la
autoridad (desaparición
del Estado)
hasta la
afirmación de que la
propiedad es
un robo, pasando
por la
necesidad de que el proletariado establezca
un sistema de alianzas
con las
demás clases explotadas. Al
partir del principio de que
todo Estado es “intrínsecamente malo”,
se rechazaba
cualquier tipo de
participación activa de la
clase obrera en la
vida política burguesa y
se propugnaba el
cooperativismo mutualista
como único medio para acabar con el
capitalismo. El desarrollo
del movimiento obrero hizo
entrar en
crisis las ideas utópicas de Proudhon y el
anarquismo se basó en formulaciones revolucionarias
más radicales.
Con Bakunin se introducen
ya sus temas fundamentales:
ateísmo, igualitarismo político, económico y
social de las clases y de los individuos,
abolición de la
herencia y
del Estado, etc. Las teorías anarquistas de
Bakunin y
sus seguidores despreciaban la
lucha sindical y
política en pro de mejoras salariales, de las condiciones de
vida y de
trabajo y de la
ampliación de los derechos democráticos, y propugnaban la
acción espontánea por una sociedad igualitaria,
colectiva y antiautoritaria, exaltando la
violencia revolucionaria en
cualquier coyuntura política. Dichas teorías tomaron
cuerpo en la
Alianza Internacional de la
Democracia Socialista, fundada
por Bakunin, la
cual pidió
su ingreso en la I
Internacional. En el
seno de ésta
se enfrentaron las posiciones anarquistas
con las sostenidas
por Marx y Engels;
ambas tendencias siguieron caminos
muy distintos. El
anarquismo se propagó principalmente
por España, Italia y Suiza francesa. En el
congreso de la I
Internacional celebrado en La
Haya en 1872, los anarquistas fueron expulsados de la
misma e intentaron reconstruirla
por su cuenta: representantes de
cinco federaciones disidentes
se reunieron
ese mismo año en Saint-Imier y fundaron la
Internacional antiautoritaria, que pronto entró en
un proceso de
descomposición,
hasta desaparecer en 1877. El
anarquismo tomó
entonces el
camino de los actos aislados realizados
por individuos
más o
menos incontrolados, es
decir, el
camino del terrorismo.
Sus principales inspiradores fueron Kropotkin y Malatesta, que
se oponían a la
lucha organizada y preconizaban la
constitución de pequeños núcleos de
afinidad ideológica, los cuales,
por medio de acciones espectaculares, debían
dar conciencia revolucionaria a los explotados. Las tácticas terroristas aislaron a los anarquistas
del movimiento obrero y
sólo volvieron a
tener influencia sobre éste en la
forma de →anarcosindicalismo. En España,
donde habían tenido
gran predicamento las ideas anarquistas de la I
Internacional, el
anarcosindicalismo encontró
terreno abonado y
se propagó a
través de la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada en 1911, que logró
superar la
etapa del terrorismo (atentados en
Cataluña, asesinatos de ministros y jerarquías eclesiásticas)
con total éxito, convirtiéndose en la
organización obrera más importante del país hasta 1939.
Así mismo, en 1927
se fundó la
Federación Anarquista Ibérica (FAI),
grupo que propugnaba el
terrorismo y la
acción directa;
sin embargo,
aunque consiguió
controlar casi totalmente la
CNT,
nunca logró imponerle
sus métodos.
Entre las causas
del particular desarrollo
del anarquismo en España,
único país donde se consiguió
llevar parcialmente a la
práctica algunas de
sus ideas de
organización de la
sociedad, destacan las siguientes: el
carácter del desarrollo industrial, que había ocasionado
una gran dispersión de los centros de
trabajo, dificultado la
lucha organizada reivindicativa y favorecido las soluciones particulares e individuales; la
escasa tradición del joven proletariado español y la
debilidad de
sus organizaciones de masas; el
fracaso de los partidos republicanos y la
falta de
un gran partido que encuadrara a la
mayoría de la
clase obrera; finalmente, el
mismo carácter del Estado,
aún caracterizado por anacrónicas estructuras semifeudales en
una sociedad que
ya era industrial.
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