castilla [
cas-ti-lla]
(Proviene de la palabra Castilla, de donde procedía esta tela).
[sustantivo femenino] En Chile,
bayetón,
tela de
lana o
algodón con mucho pelo.
Castilla Estado de la España
medieval, que
se configuró
como reino en el
siglo XI
sobre el
territorio del condado independiente de C., y permaneció
como unidad política hasta que en el
siglo XV los Reyes Católicos realizaron la
unidad peninsular, y en ciertos aspectos
hasta la
unificación borbónica del siglo XVIII. La
dinastía de
condes independientes de C., fundada
por Fernán González
hacia 931, al
unificar los condados de la
zona fortificada de la Vardulia (cuenca
alta del Ebro), e independizarlos
del reino leonés (hacia 951),
se extinguió en 1029
con el
asesinato de García Sánchez, pasando el
territorio al
dominio del rey de Navarra. En 1035 el
hijo de Sancho III el
Mayor y de
doña Munia,
heredera del condado castellano, fue proclamado
rey de C.,
con el
nombre de Fernando I; el
reino se consolidó
con la
anexión de León
después de la
batalla de Tamarón (1037) y la
incorporación a la
Corona castellana de las tierras comprendidas
entre el
Cea y el Pisuerga. Aprovecharon los primeros reyes castellanos la debilitación
del poderío musulmán y
su atomización en reinos de taifas
para cobrarles
un tributo o
paria, a
cambio del cual obtuvieron éstos la
seguridad de
no ser atacados y el
apoyo castellano en
caso de
agresión por terceros. Fue
un periodo de
consolidación, en el que
se prefería la relativa
seguridad de las
parias a la
aventura reconquistadora.
Entretanto se fue repoblando la
cuenca del Duero. La
primera separación temporal del reino de León (1065)
se resolvió en 1072
con la reunificación
bajo Alfonso VI, que en 1082 llegó, en
una expedición de
castigo,
hasta Tarifa, y en 1085 reconquistó Toledo.
Ante la
provocación, los taifas islámicos consiguieron el
apoyo de los
almorávides africanos, que vencieron a los castellanos en importantes batallas (Zalaca, Jaén, Consuegra) y estabilizaron la
frontera en el
Tajo.
Durante el reinado de
Urraca (1109-1126), el desarrollo
del comercio y la
aparición de
una incipiente burguesía mercantil a
lo largo
del camino de Santiago permitieron que
esos estamentos, aliados al
campesinado y
bajo clero y
con la
ayuda de
Alfonso el
Batallador de
Aragón,
se levantaran
contra el
alto clero y la
nobleza, que gozaban
del apoyo real. Las consecuencias de
este primer levantamiento burgués y de
su represión fueron el
estancamiento de esta
clase social y la potenciación
del poderío nobiliario, que caracterizarán el desarrollo
social castellano. De esta
época arranca la
separación de Portugal, favorecida
por las luchas civiles de C.
Cuando los
almorávides perdieron la
cohesión del empuje inicial,
Alfonso VII (1126-1157) intentó
dominar los pasos de
Sierra Morena, repobló la
cuenca del Tajo y conquistó
Calatrava y
Almería, adoptando el
título de
emperador. En el
entusiasmo reconquistador
del momento, el
tratado de Tudillén (1151),
como después el de
Cazorla (1179), fueron intentos de
delimitar las zonas de
influencia de los distintos reinos cristianos en
su proyecto expansivo
hacia el
sur. La
segunda separación de León (1157-1230) y las endémicas luchas nobiliarias,
no impidieron a
Alfonso VIII (1158-1214) oponerse a la
avanzada almohade y,
con los
demás reinos cristianos
salvo León, logró la
decisiva victoria de las Navas de Tolosa (1212). En esta
época se empezaron a
precisar los dos núcleos de la
expansión económica castellana: la
marina cántabra y la
explotación ganadera de la
Mancha y Extremadura,
consecuente con una tradición lanera que arrancaba de los mismos orígenes de C. La reunificación castellano-leonesa (1230)
bajo Fernando III el
Santo coincidió
con la
disgregación almohade y fueron sometidas Murcia y la
Andalucía occidental en
un empuje decisivo que culminó en 1248
con la
reconquista de Sevilla. Las órdenes militares, los obispados y los familiares
del rey recibieron grandes donaciones de las nuevas tierras,
con lo que
se sentaron las bases
del latifundismo
agrario en el
sur. La
amplitud del terreno reconquistado favoreció los desplazamientos de
población hacia el
mediodía en
perjuicio de la
economía señorial del norte, motivando la
aparición de
un fenómeno característico de la
Baja Edad Media: la
vinculación del siervo a la gleba;
además, las revueltas de los moriscos que habían permanecido en tierras reconquistadas provocaron expulsiones y
falta de
mano de
obra,
lo que explica la
conversión de
una economía agropecuaria intensiva en
otra extensiva, cuyas bases serán el
olivar y la
ganadería. El
comercio castellano se puso en
contacto con el Mediterráneo
desde Sevilla y desbancó a Inglaterra en los mercados de Flandes a
través de los puertos cantábricos,
por los que
se exportaba la
lana. En 1273
se regularon las relaciones
del poder real con la
ganadería castellana, al
promulgar Alfonso X las Ordenanzas
del Honrado Concejo de la
Mesta de los Pastores de
Castilla.
Pero el
aumento de la
circulación comercial, las limitaciones impuestas a la
incipiente industria
textil en
beneficio de la
exportación de
lana en
bruto, el
cese de la
percepción de las
parias, los gastos de
Alfonso X al
intentar valer sus pretensiones al
trono imperial y al
dominio de Navarra, Portugal y Gascuña, y la
consolidación de la
nobleza como fuerza de
choque frente al
poder real, patentizaron la
existencia de
una crisis inflacionista y de
poder. Dividida C.
por las luchas sucesorias (infantes de la Cerda) y acosada
por los benimerines, Sancho IV
se halló en
una posición precaria, y a
su muerte, acaecida en 1295,
Aragón ocupo temporalmente el
reino de Murcia.
Alfonso XI consiguió
aniquilar el
poderío benimerín en la
batalla del Salado (1340),
pero su sucesor, Pedro I,
se encontró de
nuevo enfrentado a la
nobleza, apoyada
por Aragón, en
un conflicto que arrastró a Francia e Inglaterra y que implicó a los reinos peninsulares en la
larga crisis conocida como guerra de los
Cien Años. El
asesinato de Pedro el
Cruel en Montiel (1369) consolidó la
hegemonía nobiliaria y ganadera y llevó al
trono a la
dinastía de los Trastámara en la
persona de Enrique II. El
interminable conflicto,
sin embargo,
no se resolverá
hasta el
fin de la
guerra con Portugal en 1385.
Sobre el
triunfo militar, los Trastámara, en
parte para hacer olvidar la
bastardía de Enrique II y en
parte para consolidar su poderío político, empezaron a
tejer una compleja red de alianzas matrimoniales.
Así, el
matrimonio de Juan I de
Castilla con Leonor de
Aragón fue el
fundamento jurídico que en el
compromiso de
Caspe (1412) entregaría la
corona de
Aragón a Fernando de Antequera; y el
segundo matrimonio del mismo Juan I
con Beatriz de Portugal fundamentó las fallidas pretensiones castellanas a la
anexión de Portugal en 1383. Enrique III (1390-1406) tuvo que enfrentarse nuevamente a las ligas nobiliarias,
pero reanudó los ataques, interrumpidos
desde el reinado de
Alfonso XI,
contra el
reino musulmán de
Granada, proseguidos a
su muerte por Fernando de
Antequera, que actuó
como regente de C.
durante la
minoría de
edad de Juan II.
Durante el reinado de
este último (1406-1454), el
condestable don Alvaro de
Luna se erigió en
defensor de la
monarquía frente a los infantes Juan y Enrique de
Aragón,
primero, y
luego frente al
mismo heredero de la
Corona, el
futuro Enrique IV, apoyado
por los Pachecos.
Luego, el
propio Enrique IV
se tendría que enfrentar a las provocaciones de la
nobleza, capitaneada
por su hermana Isabel, a la que apoyaban los Trastámara aragoneses
ya desde antes de
su matrimonio con Fernando,
futuro rey de
Aragón, en 1469. A la
muerte de Enrique IV de C. (1474) y de Juan II de
Aragón (1479), Fernando e Isabel reinaron conjuntamente
sobre Aragón y C.
Se había
dado el
paso definitivo hacia la
unidad peninsular. A fines
del siglo XV
era C., gracias a la
exportación lanera y a la
fertilidad de
Andalucía, el
reino más rico de la
Península, y
también el
más poblado (casi el 73% de la
población total);
por ello pudo
tomar la
iniciativa de la
unificación.
Pero la
cada vez más acusada inadecuación de los medios
con que contaba a la
nueva problemática europea, en la que España,
bajo su égida, tenía
una posición hegemónica, y la rigidez de
su estructura social impidieron
durante bastante tiempo el desarrollo
armónico del nuevo estado nacional y sumieron a la
propia C. en
una prolongada
depresión. La
monarquía borbónica tendió a
asimilar el
resto de los pueblos españoles a la
cultura y usos castellanos,
tendencia continuada
durante los
siglo XIX y xx.
Población de Perú, en el
departamento de Piura; 29500 h.
Centro agrícola y ganadero.
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