barroco [
ba-rro-co]
(Esta palabra proviene del francés baroque, y este resultante de fundir en un vocablo Baroco, figura de silogismo, y el portugués barroco, perla irregular).
(Ver también perla barroca).
[adjetivo] y [sustantivo masculino] El
término b. fue introducido a mediados
del siglo XVIII
por literatos franceses e italianos
para calificar todo aquello excesivamente recargado,
tanto formal como conceptualmente.
Ya en
pleno neoclasicismo (1788), la
palabra pasó a
designar, de
forma peyorativa, la
arquitectura de
Borromini y Guarini, o sea, la que
se contraponía a los ideales renacentistas. Pronto
se vio que las concepciones de estos arquitectos italianos
no eran hechos aislados,
sino que correspondían a
unas ideas estéticas que,
además de
abarcar las artes plásticas, estaban presentes en la
música y en la
literatura.
Si bien este nuevo concepto de b. aparecía
ya implícito en J.
Burckhardt (
El Cicerone, 1860), fue H. Wölfflin
quien en
su obra Renacimiento y barroco (1888) y, primordialmente, en los
Conceptos fundamentales de la historia del arte (1915) definió el b.
como el
arte que sucedía y
se contraponía al renacentista.
Bajo el
punto de
vista formal, Wólfflin resumió en
cinco principios la
oposición rehacimiento-barroco: en el b. la
concepción lineal renacentista es sustituida
por la de superficie o de
masa (efecto pictórico); desaparece la
perspectiva geométrica, desarrollada a
través de
una sucesión y superposición de planos, y surge la
perspectiva aérea o espacial, en la que el
concepto luz adquiere
primordial importancia; a la
forma cerrada se opone la
abierta, es
decir, el
tratamiento centrífugo de las formas;
frente a la
estructura basada en la
adición armónica de formas independientes, triunfa la subordinación a
un motivo principal; y
frente a la “claridad absoluta”,
perceptible en
cada detalle particular, aparece la
claridad relativa que surge
del efecto conjunto. Esta
definición formal del barroco, o sea
del movimiento general de las artes que ocupa, aproximadamente, el periodo comprendido
entre 1600 y 1750, es
forzosamente parcial e
inexacta, dada la
complejidad de
sus características —oscila
entre el
crudo realismo y la
más desbordada
fantasía, el intimismo y la teatralidad—, y las enormes diferencias existentes
entre artistas y escuelas coetáneas. Algunas de las características
más generales
del b. derivan de la
espiritualidad contrarreformista, que deseaba
hacer del arte un instrumento de
educación religiosa, y de la
aparición de
una clientela formada
por unas monarquías poderosas y centralizadas, y
una nobleza cortesana agrupada en
torno a ellas e
imitadora de los fastos de la
realeza. Los palacios y los templos que esta
nueva clientela deseaba
construir y
decorar, dieron amplias oportunidades a los principales artistas
para desarrollar sin limitación de medios
su fantasía y
virtuosismo técnico. Precisamente en los países monárquicos y católicos, el b. presenta
sus caracteres
más extremados: el
realismo de
Caravaggio o
Ribera, la
grandeza de Versalles, el dinamismo de
Borromini o Rubens. En los países protestantes, en
cambio, el b.
muestra un carácter más íntimo,
tanto por sus dimensiones
como por su temática: interiores
y pinturas de
género, retratos
nada sofisticados de prohombres ciudadanos, bodegones, paisajes...;
incluso las escenas bíblicas (Rembrandt) ponen de
manifiesto un deseo de “humanizar” a los personajes,
pero no al
modo dramático de
un Caravaggio,
sino presentándolos en actitudes naturales y en
un marco relacionable inmediatamente
con la
vida cotidiana. En
esencia, el
barroco protestante se apoya en
un amplio mercado,
compuesto por gentes
más dadas a la
mediocridad diaria del trabajo que a las grandes
apoteosis. La
arquitectura en Italia
busca la
movilidad de las plantas y el dinamismo en las fachadas (Borromini),
mientras que en los interiores
se exagera la
decoración (columnas salomónicas, cornisas, grandes frescos).
Se estudian al
máximo los problemas urbanísticos y de
perspectiva para lograr un efecto lo más teatral posible. La
primera obra que
muestra estas características es la
iglesia romana del Gesú,
obra de Vignola; los
más destacados representantes de la
arquitectura b. italiana
son Bernini,
Borromini, Guarini, Longhena y Juvara. En Francia, la
majestad de las cúpulas, de
influencia italiana,
se contrapone al
clasicismo de las fachadas. En éstas, y en los interiores, domina la
línea recta sobre la
curva, la
sobriedad racionalista
sobre la
ampulosidad italiana (Mansart,
Le Vau, Lescot). El
clasicismo francés
se reflejó en la
arquitectura inglesa (I. Jones, C. Wren). El b. español surge
del posherrerianismo (Juan Gómez de la Mora) y,
con los Churriguera, alcanza el
pleno dominio de las formas pictóricas y la utilización sistemática de la
columna salomónica. En el
siglo XVIII,
se desarrollan las escuelas de las zonas periféricas (Andalucía, Galicia, Levante); obras destacadas
son,
respectivamente, la
sacristía de la
cartuja de
Granada (Hurtado), la
fachada del Obradoiro de la
catedral de Santiago (Casas Navoa), la
fachada de la
catedral de Murcia (Bort) y la
casa del marqués de Dos Aguas de
Valencia (P. Ribera).
Con la instauración de la
dinastía borbónica, el
arte oficial quedó entroncado
con el
clasicismo francés (Ventura Rodríguez y Villanueva) y enlazó
con el
neoclasicismo. En
América, los estilos españoles, mezclados
con las tradiciones artesanales indígenas, dieron
lugar a
un arte original y
fantástico que
se manifiesta singularmente en las ricas fachadas, materialmente recubiertas de tezontle, ladrillos cocidos y azulejos. Las diferencias regionales —mayor o
menor elevación y
solidez de la
fábrica e
incluso los motivos decorativos—,
son,
sin embargo, acusadas. →hispanoamericano,
arte. En Europa
central, el b. floreció en
época tardía (1680-1750). Influenciados
por Borromini y Guarini los arquitectos de
Austria,
Bohemia, Franconia,
Baviera y Suabia alcanzaron
un gran dominio del tratamiento espacial
abierto,
aunque sus exteriores
se distinguen
más bien por la
austeridad decorativa (Fischer von Erlach, Hildebrant, los Dientzenhofer, Prandtauer, Zimmerman, Assam). La
escultura se caracteriza
por su afán de
romper los límites de la
materia y de
superar las leyes físicas. Las composiciones y las figuras, inmersas en
una atmósfera intangible, están recorridas
por un intenso dinamismo ascendente, logrado a
través de poderosas contorsiones de las figuras;
Bernini y
Algardi en Italia, Puget y Girardon en Francia
son los escultores
más destacados
del periodo. En España prosperó la
escultura de
madera policromada
con destino a los retablos y a las procesiones;
su carácter eminentemente popularizador
se pone de
manifiesto en el
efectismo patético de las composiciones. Las imágenes de Gregorio Hernández, Martínez
Montañés,
Alonso Cano y Pedro de
Mena son muestra de
este naturalismo intimista. En
pintura, la
oposición realismo-idealismo,
propia del b., fue encarnada, en
principio,
por Caravaggio y
por los
Carracci.
Caravaggio fue el
gran revolucionario, el
creador de
un estilo, el tenebrismo, en el que los volúmenes nacían de la
oposición entre la
luz y las sombras. De los hermanos
Carracci arrancó
un barroco academicista,
imitador de Rafael, que derivó
hacia un realismo poético, reflejado principalmente en grandes composiciones murales (Guido Reni; Domenichino). Esta
pintura perdió
su impulso en el
siglo XVIII,
del que
sólo cabe destacar la
labor de los muralistas (Giordano, Tiépolo) y los paisajistas de la renovada
escuela veneciana (Canaletto, Guardi). La
pintura francesa,
si exceptuamos a los autores de obras señaladas
como menores (Le Nain, La Tour, Lorena), es
una pintura oficial,
grandilocuente, al
servicio de la
corte de los Borbones (Le
Brun, Mignard, Rigaud). En el
siglo XVIII, deriva
hacia un rococó delicado y
sensual (Watteau). Las diferentes condiciones sociales
del norte y el
sur de los Países Bajos conforman dos artes radicalmente distintos: en el
norte, independizado de España, gobierna
una burguesía mercantil, de gustos democráticos.
Junto a los grandes maestros —Rembrandt, en
cuya obra el
motivo aparece
cada vez más como un elemento accesorio, cediendo
su protagonismo a la
misma pintura y a la luz; Frans Hals, de
suelto y
ágil trazo, y Vermeer,
autor de delicadas composiciones de interiores que parecen envueltas en
una sutil y
misteriosa atmósfera Brouwer, Snyders, De Vos— oponen
su exuberancia y
colorismo al
sentido de la
realidad cotidiana de
sus compatriotas
del norte. En España, el caravaggismo tuvo seguidores
como Ribera y Ribalta e
incluso influyó en las obras iniciales de Velázquez y Zurbarán, o sea en los artistas
más destacados de la escuel
[adjetivo] [sustantivo] Dícese de
cierto estilo arquitectónico extendido
por Europa en los siglos XVII y XVIII.
- Por extensión, letras españolas
del siglo XVII.
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